lunes, 8 de agosto de 2011

A las palabras no se las lleva el viento

"Hay un tipo de crítico que se pasa todo el tiempo disecando lo que lee para encontrar ecos, imitaciones e influencias, como si nadie fuera sencillamente sí mismo, sino alguien compuesto por un montón de otras personas." Stevens



Muchas veces escuché que a las palabras se las lleva el viento, y que por eso en lugar de ellas deberían haber “hechos” que demuestren “realmente” aquello que se quiere expresar. Pero los hechos significan tanto como las palabras y las palabras dichas también son hechos, no simples sustancias. ¿Por qué  entonces se valoriza más a uno que a otros, en una falsa dicotomía?

Las palabras emocionan, informan, duelen… Con el lenguaje pintamos, escribimos, escuchamos una melodía, pensamos y también soñamos, aún cuando intentamos escapar de la aturdida vigilia.

Parece ser que creímos en un lenguaje que se extingue con el paso del tiempo, con una brisa o con otras palabras que lo sustituyen. Pero esa ilusión se derrumba cada día, cuando la nostalgia deviene en ecos que resuenan y cuando muchas palabras no alcanzan para sanar lo que provocó una sola.

El consejo de “tomarlo como de quien viene” es imposible de ejercer cuando lo que hiere no es quien te lo dice si no lo que se dice, porque la palabra ajena se vuelve propia cuando la escuchamos y resignificamos, con todos nuestros miedos, creencias e ilusiones.

El filósofo Emmanuel Levinas escribió que “desde el momento en que el otro me mira soy responsable de él sin siquiera tener que tomar responsabilidades en relación con él.” La mirada implica reconocer a un sujeto y hacernos cargo de eso, con ética y cuidado. El discurso del otro nos interpela y en ese movimiento él también resulta interpelado. Quizás por eso nos asombramos cuando una frase desinteresada, sin siquiera proponérselo, es capaz de cambiarnos el ánimo o una perspectiva. La palabra va, regresa, sigue su curso infinito...

Capaz que considerándolas como hechos que se sienten en carne propia podamos entender sus dimensiones y alcances. A las palabras se las puede llevar el viento, pero siempre en algún lado quedan.




Dedico el texto a una persona que una noche, cuando pasé por un bar de Palermo me dedicó unas lindas palabras. Algunas de ellas seguramente están acá.

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