Publicado en Orillasur.com
Dicen
que los viajes empiezan con los preparativos, que siguen en los nuevos caminos
que uno emprende y que continúan mucho tiempo después de haber llegado, cuando
el paso del tiempo ayuda a resignificar lo vivido.
En un
rincón escondido de Villa Crespo, una obra invita a dar un paseo hacia nuevos
universos. Se trata de ¡Que empiece la
música!, escrita y dirigida por Alberto Ajaka. Entre otros trabajos, este artista
interpretó a Toro, el coach de Rodrigo
de la Serna en Contra las cuerdas (Canal 7), y en
teatro, a un joven soberbio de clase media en Ala de Criados, del dramaturgo
Mauricio Kartun. Además obtuvo muy buenas críticas por Cada una de las cosas iguales, obra que también escribió y dirigió.
El lugar donde se
desarrollar la función no es cualquiera. La Sala Escalada posee una mística
especial -con ambientes de luces tenues, sillones de terciopelo, y copas de
licor entre medio- que sumergen al espectador en la experiencia teatral… Hasta
que llega al fondo.
En el escenario, una orquesta de cámara de un teatro municipal se prepara para una audición que, de salir bien, los llevará de gira por Europa. Los días de ensayos transcurren entre diálogos y peleas generados por diversos motivos: desde la toma de una importante decisión de grupo hasta un mínimo gesto corporal disparan discusiones que son tan intensas como fugaces.
El grupo –con personalidades heterogéneas y bien diferenciadas- polemiza sobre la vida del trabajador en Buenos Aires (con el temita del viaje en subte incluido), sobre el arte callejero y de elite, sobre la política sindical y hasta sobre qué comer en un asado para hacer rendir el bolsillo. Sí, también están presentes la inflación y hasta los 194 muertos.
Con una vertiginosidad que captura, los diálogos tropiezan con acciones impensadas que por momentos derivan en en humor absurdo. Es que si hay algo que le sobra a esta pieza es sorpresa, dinamismo, y sobre todo, risas. El espectador lo agradece.
Lo curioso es que todo eso sucede en medio de violines y chelos imaginarios, porque la orquesta simula que toca los instrumentos, pero no genera sonidos. En esa sala lo único que importa son los gestos del músico: sus movimientos, su respiración, la expresión de su corporalidad.
A punto de comenzar la audición, los artistas deberán tomar una decisión política sobre un paro que los perjudica. A partir de ese momento, los personajes dan giros abruptos y la obra se dispara hacia lugares impensados (amantes del delirio, y delirantes, tomar nota). El efecto es cómico y dramático al mismo tiempo.
En el final, los aplausos del público se mezclan con risas y gestos más pensativos. La sala queda inmóvil por unos segundos. Algunos tardan en pararse de sus asientos. Otros necesitan salir, cuanto antes, mejor.
Las inquietudes son muchas, pero la certeza es una. La obra impacta en el espectador y hay que procesarlo. El gesto artístico, en sus más amplios sentidos, ha cumplido. El viaje aún no ha terminado.
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